domingo, 3 de julio de 2016

¿Por qué cuesta tanto el amor?


Bien: aquí lo central es partir desde cero y esto, en el territorio del amor, es la infancia. El primer vínculo amoroso que experimentamos ni bien llegamos al mundo es con los padres; por sobre todo con la madre, pues es la que más se encarga de todos los cuidados, la nutrición, la higiene; la que más tiempo comparte con el niño, la dadora de ternura por excelencia. La madre va inscribiendo en ese cuerpo las primeras sensaciones y percepciones amorosas. Pensá esto en relación a lo que es el amor adulto, ¿vos no notás que allí también hay mucho de cuidados y de funciones hacia el otro muy similares, muy del tipo paternal y maternal? Pero volviendo a lo anterior: el padre por supuesto que también da amor y todo lo demás, pero va entrado de a poco en escena. ¡Cómo puede! Como lo van dejando! (risa).
El punto es que ese vínculo con los padres va imprimiendo, va inscribiendo en ese niño (cuyo psiquismo es cemento fresco en donde queda todo muy marcado) cierta modalidad de vivenciar la experiencia del vínculo. Entonces, aquí la cuestión es la forma en que ese niño fue tratado, qué grado de ternura hubo y – esto es muy importante- qué nivel de tolerancia a las frustraciones le enseñaron. Ya desde niños tenemos que ir incorporando que la realidad tiene sus tiempos, que esa madre o padre no pueden darnos todo “YA”; que tenemos que saber esperar y que esos otros que nos aman (los padres en este caso) también son amados y aman a otra gente y tienen una vida por fuera de nosotros. El niño capta perfectamente eso y es tarea de los padres mostrárselo y enseñarle a esperar y a tolerar las frustraciones asociadas a que el otro puede “no estar” o “no darme exactamente lo que yo quiero cuando quiero”. Estas “enseñanzas” se pueden transmitir no consintiendo un capricho inmediatamente, puede ser explicar o dar a entender que tal o cual cosa no va a poder estar “ya” y que va a tener que esperar… En fin. Todos esos límites que cualquier padre con sentido común puede aplicar están relacionados con las frustraciones.
Tolerar y aceptar desde niño esa lógica de la vida es básico para que, luego de adultos, podamos construir un vínculo de amor real y no ideal y que se puedan tolerar las tensiones y dificultades propias entre seres humanos humanos. Pues el amor le cuesta a todo el mundo, y esto es porque – casualmente- todo vínculo presente actualiza (vuelve actual) esas experiencias pasadas de las que hablamos; porque se pone en juego toda esa historia de nuestros primeros años, para bien o para mal. No existe amar por fuera de eso, sustraídos de nuestra historia. Somos esa “historia” y lo que ésta imprimió en nosotros. Por supuesto que todo eso se puede modificar; vivir va produciendo transformaciones en nosotros permanentemente; hay otros modelos, otras personas e instituciones que también nos marcan mucho. Pero todo empieza en la familia.

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